
En México, el crimen organizado ha intensificado su estrategia de reclutamiento, incorporando a menores de edad en sus filas. Estos jóvenes, conocidos en el argot del narcotráfico como «pollitos de colores», son utilizados principalmente como sicarios, halcones o para labores de vigilancia. La elección de menores responde a su vulnerabilidad, facilidad de manipulación y la percepción de que, al ser menores de edad, enfrentan menores consecuencias legales.
Sol, una joven de 20 años, compartió su experiencia tras haber sido reclutada a los 12 años. Comenzó como halcona, pero rápidamente ascendió a roles más violentos, incluyendo secuestros y asesinatos. Su relato revela cómo los cárteles aprovechan la necesidad de pertenencia y la falta de oportunidades para atraer a estos menores. A pesar de su arresto a los 16 años, su historia no es un caso aislado.
Investigaciones indican que entre 30,000 y 35,000 menores han sido forzados a unirse al crimen organizado en México. Estos niños y adolescentes suelen provenir de entornos marginados, con familias disfuncionales o antecedentes de violencia. Los cárteles ofrecen salarios atractivos, que en ocasiones superan los ingresos de programas sociales, lo que hace que la propuesta resulte tentadora para muchos jóvenes.
El término «pollitos de colores» hace referencia a los pollitos artificialmente teñidos de colores brillantes, que suelen morir rápidamente debido a los químicos utilizados. De manera análoga, los jóvenes reclutados por los cárteles son vistos como desechables, utilizados en tareas de alto riesgo y con una vida útil limitada dentro de la organización.
A pesar de la gravedad de la situación, las autoridades mexicanas aún carecen de políticas públicas efectivas para prevenir y atender el reclutamiento de menores por parte del crimen organizado. La falta de un marco legal sólido y de programas de reinserción social adecuados agrava el problema, dejando a estos jóvenes atrapados en un ciclo de violencia y explotación.
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